Excerpt
Las valkirias / The Valkyries
Había estado conduciendo durante casi seis horas. Por enésima vez, preguntó a la mujer a su lado si aquél era el camino correcto.
Por enésima vez, ella consultó el mapa. Sí, era el camino correcto. Aun cuando alrededor todo fuera verde, con un bello río fluyendo y árboles a cada lado de la carretera.
—Sería mejor detenernos en una gasolinera y preguntar—dijo ella.
Siguieron adelante sin conversar, escuchando antiguas canciones en una estación de radio. Chris sabía que no era necesario parar en la estación de gasolina, porque iban por buen rumbo —aunque el escenario a su alrededor les mostrara un paisaje completamente
diferente—. Pero conocía bien a su marido: Paulo estaba tenso, desconfiado, pensando que ella estaba leyendo el mapa de manera equivocada. Estaría más tranquilo si le preguntara a alguien.
—¿Por qué vinimos acá?
—Para que yo pueda cumplir con mi tarea —respondió él.
—Extraña tarea —dijo ella.
“Realmente muy extraña”, pensó él.
Hablar con su ángel de la guarda.
—tú vas a conversar con tu ángel —dijo ella después de algún
tiempo—. Pero ya que estamos en eso, ¿qué tal si conversas un
poco conmigo?
Él continuó callado, concentrado en la carretera, posiblemente creyendo que ella había equivocado el camino. “De nada sirve insistir”, pensó ella. Rogó para que pronto apareciera una gasolinera. Habían salido directo del aeropuerto de Los Ángeles a la carretera. Ella tenía miedo de que Paulo estuviese demasiado cansado y cabeceara en el volante.
Y el maldito lugar no llegaba nunca.
“Debí haberme casado con un ingeniero”, se dijo a sí misma.
Nunca se acostumbraría a aquello: dejar todo de repente para ir en pos de caminos sagrados, espadas, conversaciones con ángeles; hacer todo lo posible por seguir adelante en el camino de la magia. “Él siempre tuvo la costumbre de abandonar todo, incluso antes de encontrar a J.”
Recordó el día en que salieron juntos por primera vez. Se habían ido casi de inmediato a la cama, y en una semana ella ya había llevado su mesa de trabajo al departamento de él. Los amigos comunes opinaban que Paulo era un brujo, y cierta noche Chris telefoneó al pastor de la iglesia protestante que frecuentaba, pidiéndole que rezara por ella.
Sin embargo, durante el primer año él no habló de magia ni una sola vez. Trabajaba en un estudio de grabación, y eso era todo.
Al año siguiente, la vida continuó en la misma forma. Él renunció y entró a trabajar en otro estudio de grabación.
Al tercer año él volvió a renunciar (¡qué manía de dejarlo todo!) y decidió escribir guiones para la televisión. Ella pensaba que aquello era extraño, cambiar de empleo cada año; pero él escribía, ganaba dinero y vivían bien.
Hasta que, al final del tercer año, resolvió —otra vez— dejar su empleo. No explicó nada, sólo dijo que estaba harto de lo que hacía, que no tenía sentido estar renunciando, cambiando de un empleo a otro. Necesitaba descubrir qué era lo que quería. Habían ahorrado algún dinero y decidieron salir por el mundo.
“En un auto, exactamente como ahora”, pensó Chris.
Se habían encontrado con J. en Ámsterdam, mientras tomaban un café en el Brower Hotel y contemplaban el canal Singel. Paulo se puso lívido y ansioso cuando lo vio, y finalmente reunió valor y fue hasta la mesa de aquel señor alto, de cabello blanco y vestido de traje. Aquella noche, cuando volvieron a estar solos, él se bebió una botella completa de vino —era débil para la bebida; rápidamente se puso ebrio— y sólo entonces confesó que, durante siete años, se había dedicado a aprender magia (aunque ella ya lo
sabía: los amigos se lo habían contado). Entretanto, por alguna razón —que él no explicó, aun cuando ella se lo preguntó varias veces— había estado abandonándolo todo.
“Dos meses atrás tuve la visión de este hombre, en el campo de concentración de Dachau”, dijo, refiriéndose a J. Ella recordaba aquel día. Paulo había llorado mucho, diciendo que escuchaba un llamado pero que no sabía cómo responder.
“¿Debo volver a la magia?”, se preguntó.
“Debes hacerlo”, había respondido ella, sin tener certeza de lo que decía.
Todo había cambiado desde aquel encuentro con J. Eran rituales, ejercicios, prácticas. Eran largos viajes con J., siempre sin fecha precisa para regresar. Eran encuentros prolongados con hombres extraños y mujeres bellas, todos con un aura de enorme sensualidad vibrando en torno a ellos. Eran desafíos y pruebas, largas noches sin dormir y largos fines de semana sin salir de casa. Pero Paulo estaba mucho más contento —ya no vivía renunciando—. Crearon juntos una pequeña editorial y él logró realizar un antiguo
sueño: escribir libros.